sexta-feira, 3 de agosto de 2018

Por la tarde de aquel mismo dia, en la casa de la aldea,
Adelaida, ignorante aún del espantoso fin de su marido,
yacia en el lecho descarnada y llorando. Doña Antuca,
sentada en el umbral del dormitorio, velaba el sueño
del nieto, que acababa de nacer esa mañana. El niño
de vez en vez, sobresaltabase sin causa y berreaba
dolorosamente. 
El cirio que ardia ante el ara comenzó a chorrearse;
su pabilo giraba a pausas y en círculo, chisporroteando, y,
cuando la mano trémula de la abuela fue a despavesarlo
y a arreglarlo, hallolo mirando largamente a la puerta
que permanecía entornada al corredor. Llorando salía
por allí la triste lumbre religiosa, hincábase a duras penas
en los frios pañales del poniente y ganaba por fin
hacia lo lejos.
Era el mes de marzo y empezó a llover.

trecho final 

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