sexta-feira, 3 de agosto de 2018

Obsesionado Balta por los celos, aquella noche
injurió a su mujer, la acuchilló a denuetos, y poseído
del más sincero y recóndito dolor, le decia:
- Está bien, Está bien. Pero tú has muerto ya para mi!
Adelaida intentó en un principio persuadirle
de que sus cargos eran infundados.
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Tras una noche llena de implacables suplicios morales
para ambos, Balta, irritados los nervios por la vigilia
y los pesares, transido, cárdeno de incurable desventura,
con el amanecer, volvió al campo, abandonando a Adelaida
en la morada de la aldea. Ella permanecia dormida
y enlutada sobre el lecho.
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Balta, sentado en el filo de la roca miraba todo esto
como en una pintura. De su cerebro dispersábanse
tumefactas y veladas figuras de pesadilla,
bocetos alucinantes y dolorosos.
Contempló largamente el campo, el límpido cielo turquí,
y experimentó un leve airecillo de gracia consoladora
y un basto candor vegetal. 
Abríase su pecho en un gran desahogo, y se sintió en paz
y en olvido de todo, penetrado de un infinito espasmo
de santidad primitiva. 
Sentouse aun más al borde del elevado risco.
El cielo quedó limpio y puro hasta los últimos confines.
De súbito, alguien rozó por la espalda a Balta,
hizo este un brusco movimiento pavorido hacia adelante
y su caída fué instantánea, horrorosa, espeluznante,
hacia el abismo.

trecho

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